Maquío y la Rebeldía extraviada

“Solo esta derrotado aquel que ha dejado de luchar”

Manuel J. Clouthier “Maquío”

      El 1 de octubre de este año se cumple un aniversario más de la muerte de Manuel J. Clouthier, “Maquío”. Líder ciudadano y político. ¿El PAN y la ciudadanía se acuerdan de él, de su lucha y de lo que significó para México en su tiempo? ¿Honramos su vida y sus acciones? Hoy, que vivimos nuevamente bajo un partido hegemónico, con los agravantes de que ahora está coludido con el crimen organizado, de ser profundamente corrupto y mediocre, la figura del Maquío debería recordarnos que sí es posible abrir otro boquete al régimen actual, siempre y cuando lo hagamos con decisión en nuestro actuar, claridad en los objetivos y arrojo que lidere el descontento y apatía ciudadanas.

 

      Clouthier no fue un político tradicional, tampoco un militante dócil. Venía de la empresa y de la lucha social, pero sobre todo traía consigo un espíritu disruptivo que incomodaba tanto al sistema priista como a las élites conservadoras que preferían un PAN testimonial. Su candidatura presidencial en 1988 encendió una chispa de esperanza porque se enfrentó, con una valentía pocas veces vista, a un régimen autoritario que parecía inamovible. No era un panista típico: era un ciudadano que utilizaba al PAN como vehículo, pero que pensaba en grande, que se dirigía al pueblo entero y no solo a los convencidos. El Maquío incomodaba, y esa incomodidad es la que hoy resulta tan necesaria en una oposición que parece haber perdido la brújula. El legado de Clouthier es, por encima de todo, un llamado a la autenticidad y al compromiso con las causas ciudadanas. Él entendía que la política no es un juego de cálculos fríos ni de cuotas internas, sino una batalla ética en la que el bien común debe imponerse sobre los intereses de grupo. Por eso hablaba de libertad, de dignidad y de responsabilidad. Por eso no temía confrontar al poder, aunque el costo fuera alto. El PAN que debería ser heredero del espíritu del Maquío se ha convertido, demasiadas veces, en un aparato más preocupado por alianzas de coyuntura, candidaturas recicladas y negociaciones de cúpula que por representar la voz genuina de los ciudadanos. En la actualidad el PAN está atrapado entre la nostalgia de su historia y la urgencia de un futuro que no logra construir.

 

      ¿Qué significaría honrar verdaderamente el legado del Maquío? En primer lugar, recuperar el contacto con la gente. Clouthier no hablaba desde un pedestal, se ensuciaba los zapatos recorriendo calles, escuchando a los ciudadanos, conectando con sus frustraciones. En segundo lugar, recuperar la valentía. No la valentía retórica de redes sociales ni la oposición infructuosa en el Congreso, sino la osadía de desafiar de frente a un poder que utiliza al Estado como maquinaria electoral y que avanza hacia el autoritarismo con ropajes democráticos. Honrar al Maquío implica entender que la política debe tener un fundamento ético. Sin principios, todo se reduce a cálculo. Con principios, incluso la derrota se convierte en siembra para el futuro. Esa fue su lección en 1988: quizá no ganó la presidencia, pero sembró un espíritu de resistencia cívica que contribuyó a abrir la puerta a la alternancia una década después.

 

      La ciudadanía, por su parte, tampoco puede reducir el recuerdo de Clouthier a un mito nostálgico. Su figura nos recuerda que el cambio no depende solo de los partidos, sino de la participación activa de la sociedad. Que la libertad se defiende con compromiso, no con apatía. Y que un solo ciudadano valiente puede catalizar una ola de transformación. Hoy, cuando la democracia mexicana enfrenta el riesgo de degradarse en manos de un oficialismo hegemónico y de una oposición extraviada, la voz del Maquío sigue resonando: la política es para los valientes, no para los cómodos. Su aniversario no es un ritual de memoria, es un desafío para recuperar la rebeldía cívica que nos permita exigir a los partidos —y al PAN en particular— que vuelvan a ser instrumentos de la gente, no clubes de élite.

 

      El Maquío murió, pero su legado no puede quedarse enterrado con él. Su rebeldía es más necesaria que nunca, porque México no necesita partidos que administren derrotas, sino ciudadanos y políticos que se atrevan a incomodar al poder, como lo hizo él hasta el último día de su vida. Sigamos, con acciones, su ejemplo.