La Normalización del Horror y la Falta de Indignación Ciudadana

 La indignación sin organización es una pérdida de tiempo”

Josep Maria Pou

      En México desafortunadamente la violencia se ha vuelto parte del paisaje cotidiano. El asesinato reciente de una profesora en Veracruz vuelve a recordarnos que la tragedia no solo es la consecuencia de balas y sangre, sino también del silencio colectivo. La muerte de esta docente, ciudadana común, que trabajaba como taxista para completar sus gastos, perpetrada en un contexto de creciente inseguridad y bajo la administración de un gobierno estatal emanado de morena, debería provocar una reacción social masiva, un grito de “¡Basta!” que sacudiera las estructuras del poder. Sin embargo, lo que encontramos es una peligrosa apatía ciudadana, una anestesia social que normaliza lo intolerable. Si, todos comentamos lo sucedido, nos repugna el hecho, pero pasan los días y dicha muerte queda como una más de las 250 mil que se acumulan en 7 años. Y peor aún, la miserable postura de la gobernadora minimizando dicho asesinato es para desaforarla e internarla en la más recóndita de las prisiones.  

 

      Este fenómeno no puede entenderse únicamente como un fallo institucional, sino como una falla cultural y política más profunda: hemos dejado de indignarnos. Cada asesinato, cada desaparición, cada acto de corrupción o abuso de poder, se diluye en el mar de noticias diarias y en la narrativa del “así es México”, mientras los cuatroteístas replican las mismas prácticas que prometieron erradicar. Cada vez es más evidente que no se hace nada desde el poder porque el morenismo y el crimen organizado son uno solo. Si hay algún tipo de persecución, es hacia los opositores, mientras que a los aliados se les concede la más aberrante impunidad.

 

      La profesora de Veracruz no es una estadística aislada. Es un símbolo de un país donde los maestros, médicos, periodistas, activistas y ciudadanos comunes pueden ser asesinados sin que haya justicia ni consecuencias políticas para los responsables. Los gobiernos de morena, autoproclamados como la "esperanza de México", se han mostrado absolutamente incapaces —o poco dispuestos— a garantizar seguridad y justicia. Sin embargo, la reacción social ante estas tragedias se reduce al escándalo momentáneo en medios de comunicación y redes sociales, que se desvanece al ritmo de la siguiente tendencia viral.

 

      ¿Por qué no hay un repudio activo, masivo y sostenido ante estos crímenes? Una respuesta posible es el desgaste emocional colectivo. Después de décadas de violencia, corrupción y gobiernos fallidos, una parte de la ciudadanía ha asumido que la injusticia es inevitable, que ningún gobierno cambiará las cosas y que protestar no sirve de nada. Pero otra respuesta, más inquietante, es la consolidación del clientelismo político y del fanatismo partidista: muchos prefieren callar los abusos del poder mientras sean cometidos por "los suyos", justificando lo injustificable en nombre de un supuesto "proyecto de transformación".

 

      Este silencio social es funcional al poder. La falta de presión ciudadana permite que los gobiernos de morena continúen administrando la tragedia con discursos vacíos, culpando a administraciones pasadas y ocultando sus propios fracasos en seguridad y justicia. Cada vez que no exigimos rendición de cuentas, cada vez que permitimos que un crimen se archive en la impunidad, reforzamos un sistema político que opera sin miedo al escrutinio. Duele reconocer que el problema no es solo el gobierno, sino una ciudadanía que ha dejado de creer en su propia fuerza transformadora. Y la oposición no logra encontrar el factor que una, motive, active. La indignación no puede ser selectiva ni negociable; no se puede exigir justicia solo cuando conviene políticamente. Si toleramos el asesinato de una profesora hoy, mañana estaremos tolerando el asesinato de cualquiera de nosotros.

 

      Es urgente recuperar la capacidad de indignarnos, de salir a la calle, de cuestionar al poder, de organizarnos, de pensar diferente para actuar y lograr resultados diferentes. México no cambiará mientras el horror siga siendo absorbido con resignación y mientras los gobiernos morenistas, amparados por la pasividad ciudadana, sigan administrando un país en llamas con promesas incumplidas y justificaciones interminables.

 

      Indignarse es el primer paso hacia la acción colectiva. Callar es perpetuar la barbarie. La memoria de la profesora asesinada, y de miles de víctimas olvidadas, nos exige romper el silencio.