¿La cuatroté se desmorona? ¿Y la Resistencia?
“El poder tiende a corromper y el poder absoluto
corrompe absolutamente”
Lord Acton
En el dinámico escenario político de México, pocos momentos resultan tan decisivos como aquellos en los que el poder comienza a mostrar fisuras desde dentro. El caso de Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco, y su estrecha relación con Adán Augusto López Hernández, ha desencadenado una serie de cuestionamientos que no sólo sacuden los cimientos de la administración local, sino que evidencian una fractura mayor al interior de Morena. Este episodio representa más que un simple escándalo: es un síntoma de desgaste político, una advertencia sobre los límites del poder concentrado y una ventana de oportunidad para una oposición que, si bien desarticulada hasta hoy, podría encontrar terreno fértil para su renacimiento.
El caso Bermúdez-Adán Augusto representa un golpe a la narrativa de integridad y transformación con la que Morena ha gobernado desde 2018. Hernán Bermúdez, señalado por corrupción, vínculos con el crimen organizado y una gestión plagada de irregularidades, fue durante años protegido por el círculo más cercano del exgobernador Adán Augusto, hoy nada más y nada menos que el líder de los senadores morenistas y cómplice desde hace muchísimos años del expresidente López Obrador. Esta alianza política, que durante mucho tiempo operó con total impunidad en Tabasco, hoy es objeto de escrutinio público, revelando las contradicciones entre el discurso de la 4T y las prácticas reales de sus operadores. Las implicaciones de este caso son múltiples. Primero, evidencian que el “combate a la corrupción” ha sido selectivo, cuando no francamente hipócrita. Segundo, muestran cómo Morena ha replicado, a su modo, las viejas prácticas del PRI: redes de lealtades personales, opacidad en el manejo del poder, y un uso instrumental de la justicia. Tercero, y más grave aún, generan una desafección entre las bases sociales que confiaron en el proyecto de transformación, creyendo que representaba una ruptura real con el pasado. Esperemos que el pueblo bueno y sabio por fin abra los ojos y reconozca su craso error.
Desde esta óptica, resulta claro que el problema no es únicamente de personas, sino estructural. Morena, al haberse convertido en un partido dominante sin contrapesos internos, ha generado sus propios enclaves de poder, donde figuras como Adán Augusto y sus operadores locales actúan sin límites. Lo que vemos hoy en Tabasco seguramente se replica en otras regiones del país. Esta es la señal de un movimiento que, en su afán por consolidar el poder, ha olvidado que la legitimidad se construye no sólo con votos y dinero, sino con coherencia, rendición de cuentas y compromiso ético. Frente a este escenario, la Resistencia tiene ante sí una oportunidad histórica. No se trata solo de denunciar el fracaso moral de Morena, sino de construir una alternativa creíble, moderna y conectada con las nuevas exigencias ciudadanas. El reto es articular una nueva narrativa disruptiva que no se limite a ser anti-obradorista, sino que proponga una visión de país inclusiva, plural y regeneradora. Las diversas y hasta ahora aisladas células de la Resistencia, si queremos capitalizar esta crisis, debemos dejar atrás nuestras divisiones y apostar por liderazgos emergentes, plataformas digitales de participación y propuestas viables que retomen lo mejor del pasado democrático pero proyectadas hacia el futuro. Pensar diferente sobre este momento implica cuestionar la continuidad del modelo de partido hegemónico. Morena, como el PRI en su época, corre el riesgo de devorarse a sí mismo por la arrogancia del poder absoluto. El caso Bermúdez no es una excepción, sino un síntoma. Y como todo síntoma, apunta hacia una enfermedad mayor: la falta de controles institucionales dentro del movimiento que prometió regenerar la vida pública.
El escándalo en Tabasco debe verse no como una anécdota regional, sino como una señal de advertencia nacional. Para Morena, representa el inicio de una posible decadencia interna. Para la oposición, es el momento de demostrar que puede ser más que un testigo pasivo del desmoronamiento del régimen. La historia enseña que los imperios no caen por ataques externos, sino por la podredumbre de sus cimientos. La pregunta es si, ante esta grieta, estamos listos para levantar una alternativa real y ética de poder.