¿Estaremos realmente a la altura?

“Sé el cambio que quieres ver en el mundo”

Mahatma Gandhi

      No hay día, semana, mes en México en que no surjan noticias cada vez más cruentas, más indignantes, más inverosímiles. Mostramos nuestro estupor, nuestra rabia unos días y después nos movemos a otro suceso igual o peor que el anterior. El asesinato del presidente municipal de Uruapan y líder del movimiento independiente El Sombrero, Carlos Manzo, se une a esa cadena de atrocidades que siguen sucediendo en nuestro país, sin que encontremos el cómo lograr acabar con estas pesadillas cotidianas. El legítimo reclamo ciudadano no encuentra el cauce adecuado. ¿Por qué el oficialismo hizo caso omiso de las múltiples llamadas de auxilio del presidente municipal? ¿Dicho menosprecio es una prueba más de que el crimen y el morenismo son uno mismo? Estas preguntas se unen a otras tantas sobre otros crímenes que han permanecido impunes. ¿Vale la pena denunciar a criminales que están coludidos con la autoridad? ¿Hacer justicia por propia mano para que la escalada de violencia no tenga fin? ¿Voltearse para otro lado mientras a mi no me pase nada? ¿Resignarse a esta realidad que nos toco vivir de la cual no hay salida alguna? Volteamos para uno y otro lado sin encontrar la o las soluciones, ni a líderes que nos unan en una causa común que nos muestren la salida. Y si ese líder aparece, lo asesinan.

 

      Ante tanta desesperanza, más que ver primero quién nos podrá sacar del atolladero, sería mejor empezar a mirar hacia nuestro interior. Preguntarnos qué vida quiero yo para mí y para mi familia. Hasta ahí. No más. ¿Queremos no saber nada, encerrarnos en nosotros mismos, en nuestra realidad, que al cabo no hemos sido víctimas como las que salen en las noticias? ¿Me ayudará a mí y a mi familia que en mis redes sociales critique, mande mensajes, memes, manifieste mi descontento, para aliviar mi alma de que “en algo” estoy contribuyendo a demostrar el descontento en el que vivimos? ¿Con esto será suficiente para que yo y mi familia la libremos? Si objetivamente concluimos que esto no es ni remotamente suficiente, no hay más remedio que ver hacia fuera e investigar quiénes piensan y viven lo mismo que yo. Que no basta mi propia comodidad o mi lucha individual. No hay de otra más que unirnos para lograr acciones colectivas, ya sea en mi comunidad, en un grupo de amigos con las mismas inquietudes, una organización social con fines específicos, comunidad religiosa a la que pertenezco, o en algún partido político que tenga principios, ideales, propósitos similares a los míos.

 

      Y aquí es donde empiezan los peros. Si en un matrimonio, de solo dos personas, hay discrepancias y discusiones, qué no podremos esperar de organizaciones mucho más amplias y con objetivos, métodos, acciones que pueden ser cuestionables por mí, porque no son exactamente como yo pretendo que sean. Difícil decisión, ya que será casi imposible que un grupo de personas con historias, trayectorias, ideales piensen lo mismo que yo y actúen como yo lo haría. Sin embargo, si estoy de acuerdo en que yo solo no puedo proteger a mi familia del caos que estamos viviendo y que necesito de otros para hacer frente a una realidad implacable, comencemos con las preguntas incomodas. ¿Yo estoy a la altura para poner en la balanza lo que considero que esta bien y lo que está mal? ¿Estoy a la altura de ser factor de cambio para apoyar a otros en la búsqueda del bien común? Las organizaciones que conozco, que están a mi alcance y en donde puedo colaborar, ¿están a la altura de sus objetivos? ¿sus dirigentes lo están, sus acciones? Es prácticamente imposible encontrar una organización impoluta a la que no haya nada que criticarle y por ello otorgarle toda mi confianza.

 

      Vivimos en el mundo del ser, no del deber ser. Ante esto, si reconocemos que solos no llegaremos a ningún lado, no hay mas que unirnos a grupos, organizaciones, instituciones, partidos políticos, que tengan objetivos similares a los míos. Que tienen mil defectos, no es ninguna novedad. Contribuyamos a corregirlos o al menos minimizarlos. Que en la balanza pesen más los pros que los contras. Lo que sí no se vale es quedarnos en la pasividad más cómoda con la justificación de que “todos son iguales” y “nadie merece mis esfuerzos”. Se vale soñar.