El costo por la reducción de la pobreza

"La educación es el arma más poderosa para transformar la pobreza"

Nelson Mandela.

      Recientes datos del INEGI muestran que entre 2022 y 2024 salieron de la pobreza multidimensional 8.3 millones de mexicanas y mexicanos; el porcentaje de población en dicha condición bajó del 36.3% al 29.6%, una caída de 6.8 puntos porcentuales. De 2018 a 2024, en total, 13.4 millones de personas dejaron de estar en pobreza, de 51.9 millones en 2018 a 38.5 millones en 2024. Estos cambios, especialmente en la pobreza moderada, se presentan como un logro del morenismo, impulsado con aumentos al salario mínimo y una expansión masiva de programas sociales. Hasta aquí, es una buena noticia para todas las familias que mensual o bimestralmente reciben sus recursos. Seguramente estarán muy agradecidos y tendrán sus razones para seguir apoyando al oficialismo.

 

      Sin embargo, este éxito tiene una contracara: no es estructural ni sostenible. La caída en la pobreza fue impulsada principalmente por programas asistencialistas financiados con recursos públicos y, en muchas ocasiones, con deuda creciente. De hecho, especialistas afirman que si en 2024 no se hubieran transferido los apoyos sociales, la pobreza hubiera sido del 32.8% en lugar del 29.6%, y la pobreza extrema del 6.9% en vez del 5.3%. Es decir, gran parte del logro es atribuible al gasto público, no a un desarrollo económico sostenible. El endeudamiento ha acompañado este gasto. Aunque en 2025 la deuda pública bajó ligeramente al 49.5 % del PIB (desde 51.3 % en 2024), este nivel sigue siendo elevado y potencialmente riesgoso para las finanzas nacionales. Recordemos que el presidente que prometió no endeudar al país dejó la deuda en un histórico $17.4 billones de pesos, 23% más que en el 2018. Buenas noticias para quienes dejaron atrás la pobreza, pero focos rojos para las finanzas nacionales, ya que, en un futuro no muy lejano, no habrá dinero que alcance mientras este fenómeno no se lleve a cabo por un desarrollo económico fundado en educación, buenos servicios de salud, trabajos formales, estables y bien remunerados.

 

      Sumado a ello, el sistema de salud pública enfrenta una crisis que contrasta con los avances en pobreza. El IMSS-Bienestar, impulsado como herramienta central para brindar atención gratuita a quienes no tienen seguridad social, opera con severas deficiencias. En 2024, el IMSS no surtió más de 11.5 millones de medicamentos —equivalente a 4.5 millones de recetas sin surtir—, afectando tratamientos oncológicos, para diabetes, hipertensión y salud mental. En estados como Puebla y Zacatecas, el abastecimiento de medicinas no supera el 75%, y hospitales han advertido que están al borde del colapso por falta de medicamentos, insumos, personal y equipos. En Sinaloa, mientras el gobierno reporta un abasto del 30%, pacientes afirman que el desabasto supera el 50%. En diversos hospitales se ha recurrido a protestas y a traspasar el costo a familiares, quienes deben comprar desde paracetamol hasta anestésicos costosos. Y ¿cuál ha sido la postura de la presidenta? Burlarse de quienes se manifiestan, solo porque una diputada del PAN los acompañó en su dolor. Es decir, de lo que reciben en el bolsillo derecho, tienen que sacarlo, en cantidad mucho mayores, del bolsillo izquierdo. La combinación de programas asistencialistas, endeudamiento público y el colapso del sistema de salud convierte esta victoria en frágil y difícilmente replicable. No hay base productiva ni reformas estructurales que continúen este curso sin riesgo.

 

      El morenismo deja un legado de reducción sustancial de la pobreza, y eso no es menor. Pero no podemos voltear a otro lado para no reconocer que este triunfo es frágil, dependiente de subsidios, endeudamiento y un sistema público colapsado, especialmente en salud. Aquí es donde La Resistencia tiene que fijar su posición. No es suficiente la crítica. ¿Qué modelo de país estaríamos presentando a la ciudadanía para que millones de personas abandonen la pobreza de una forma sostenible y no sujeta a dádivas gubernamentales? Sin reformas estructurales —por ejemplo, un sistema educativo para el siglo XXI, reactivar la economía productiva, mejorar la recaudación, fortalecer la red sanitaria pública, combatir de raíz la corrupción, ingresos dignos a los trabajadores por empleos formales— los avances logrados podrían revertirse en el mediano plazo. Pongámonos a trabajar.