Dos varas para medir corrupción: de toallas a huachicol
“Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre,
acabarás formando parte de ella”
Joan Baez
La historia política reciente de México muestra una paradoja incomprensible, al menos para mí: la corrupción del pasado —la de Fox/Calderón y la del PRI/Peña Nieto— fue medida, señalada y amplificada con una vara implacable, mientras que la corrupción del presente, la de AMLO y Sheinbaum, parece transitar con una indulgencia sorprendente. Sí. La corrupción del pasado no se puede ni debe negar: El sobre costo de unas toallas presidenciales, los negocios turbios de los hijos de Fox, una barda millonaria para una refinería nunca construida, el sobrecosto de la estela de luz, la Casa Blanca y más de diez gobernadores priistas juzgados y castigados por hechos de corrupción. Todo ello fue un catalizador del hartazgo ciudadano. Esto le dio a YSQ las armas necesarias para convocar a la ciudadanía a una cruzada anticorrupción y con ello, más muchos años de recorrer el país, le dio para alcanzar el poder. El electorado compró el relato de un partido distinto, incorruptible, con la honestidad como “forma de vida y de gobierno”. Se trataba de un pacto moral entre ciudadanía y liderazgo político.
Hoy, sin embargo, tras siete años de morenismo, los actos de corrupción conocidos, documentados, probados, publicitados pero nunca sancionados, no parecen indignar a las y los mexicanos como sí lo hicieron en el pasado. Los casos rebasan por mucho la escala del pasado. Segalmex se perfila como el desfalco más grande en la historia del sector alimentario mexicano, con miles de millones de pesos perdidos. El huachicol fiscal, sofisticado y penetrante, equivale a un boquete anual de más de ¡170 mil millones de pesos!, superior a cualquier escándalo de cualquier gobierno anterior. Y alrededor de la familia presidencial flotan contratos, casas, amigos beneficiados y fortunas crecientes, en contradicción directa con la austeridad predicada.
Pese a esa magnitud, la indignación social no es proporcional. Los mexicanos que antes criticaron fuertemente y con razón el sobrecosto de las toallas de Fox o la Casa Blanca de Peña, hoy voltean la mirada hacia otro lado ante montos infinitamente mayores de los desfalcos del morenarco. ¡Qué alguien me explique!
Aquí podríamos vislumbrar algunas conjeturas del por qué de medir la corrupción con dos varas distintas:
- Control narrativo del poder: El actual oficialismo domina la conversación pública con conferencias diarias y un aparato propagandístico que etiqueta cualquier crítica como “ataque conservador”. Así, lo escandaloso se convierte en “persecución mediática”. Tanta mentira dicha a diario tal parece que el público la compra como verdad.
- Cansancio ciudadano: Tras años de corrupción endémica, la sociedad ha normalizado los abusos. El electorado se resigna: “todos roban”, pero prefiere a quien reparte programas sociales, aunque su élite cercana se enriquezca. Además, no termina de conocerse un escándalo cuando otro ya sale a la luz.
- Silencio cómplice de sectores críticos: Intelectuales, periodistas y activistas que fueron incisivos en los sexenios pasados, hoy relativizan los abusos por afinidad ideológica o miedo a ser tachados de traidores o de que los silencien de alguna manera poco ética.
- Estrategia del contraste: AMLO y Sheinbaum mantienen vigente el fantasma de Calderón y Peña con el PRIAN. Al recordar constantemente “lo de antes”, logran que lo de ahora parezca menos grave, aunque las cifras sean brutalmente superiores.
El problema no es solo la corrupción: es la doble moral con la que se mide. Si antes unas toallas bastaban para un escándalo, hoy deberían sobrar los miles de millones perdidos para un repudio nacional. La ciudadanía que votó por Morena lo hizo para desterrar la corrupción, no para normalizarla en escala industrial. Y sin embargo, en vastos territorios del país los megacorruptos siguen con altos índices de popularidad.
La tarea de la oposición tendría que ver, entre muchos temas más, en cómo hacer entender a la ciudadanía que la corrupción actual no es solo para que el oficialismo se beneficie en la más cínica impunidad. Se trata de que al paso que vamos nos dejarán un país quebrado, donde todas las carencias actuales se agravarán y donde los programas sociales que hoy los benefician desparecerán, ante la falta de recursos. ¿Y luego, qué harán?